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AUSENCIAS Y REMEMBRANZAS (2010)
Exposición Temporal
Club de Industriales de la Ciudad de México. México.

 

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Por Paloma Muñoz-Seca Ariza
Curadora de la Exposición

“Ausencias y Remembranzas” es una muestra pictórica de la pintora mexicana Lourdes Ariza, Lurdesa, compuesta de 30 obras reunidas en torno a tres temas que se entrelazan y convergen: mundo vegetal, vida ecuestre y mundo taurino. La artista plasma su realidad en los lienzos y los titula con fragmentos poéticos que dan lugar a un discurso expresivo que invita al espectador a acceder a los significados de las obras por medio de la poesía.

La fuerza de la obra viene dada de la capacidad de la artista para encontrar esos elementos comunes que hacen unir su existencia con la huella que ésta ha dejado a lo largo de su vida. Nacida en la Ciudad de México, con fuertes raíces españolas, Lurdesa es capaz de conjugar estos dos axiomas y plasmarlos, haciendo de ellos una verdad evidente ante el ojo del espectador.

Al adentrarse en las profundidades de su alma, la artista ha logrado su ausencia, no en el sentido de vacío, sino como un viaje hacia sus orígenes, hacia su esencia formadora, que ha resultado en una creación personal y a la vez universal, ya que todos, por un momento, haciendo una pausa en el camino, hemos añorado la ausencia y hemos convertido a la nostalgia en nuestra aliada.

Con pinceladas definidas y contrastes de color y luz, Lurdesa ha rescatado desde sus más profundas añoranzas del pasado y su nostalgia, la manera de plasmar la huella que había quedado en el olvido y recordarla, brindando un sentido filosófico y poético a su obra, adentrándose en un mundo ambivalente de abstracción, donde conviven sujetos reales en escenarios oníricos.

 

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El encuentro entre el título y la imagen
Luis Ortiz Macedo
Doctor en Arquitectura

En la obra de Lourdes Ariza, Lurdesa, el movimiento hacia la liberación del pensamiento y la apertura al misterio, desencadenado por las imágenes pintadas, se hace más intenso cuando el cuadro se encuentra con su título, pues aunque no esté pintado sobre el cuadro, el título forma parte de su funcionamiento semiótico.

Los títulos de los cuadros fueron escogidos con mucho cuidado después de la concepción de la imagen por un grupo de amigos poetas que participaron en su búsqueda, y Lourdes aceptaba o no sus propuestas. Un buen título no es una explicación del cuadro, sino su contrapunto poético que acompaña a la imagen pictórica. Dicho de otra forma, un título es compatible con la emoción más o menos viva que experimentamos al mirar un cuadro.  

La familia Ariza se vio rodeada de grandes pintores, sobre todo españoles o mexicanos que seguían las enseñanzas de la pintura española. Al mismo tiempo, frecuentaban a la familia los más ilustres toreros de linaje mexicano o de la Península Ibérica. Desde joven, con las enseñanzas adquiridas en el taller de Sara César y de Teresa Villar Posada, Lurdesa comenzó a trazar lienzos inspirados en cuadros del Charro pintor Ernesto Icaza, que su padre adquiría para regalárselos a sus amigos.

De la minúscula proporción de los cuadros de Icaza y con las enseñanzas de sus maestros Juan Bandera y Juan Lara, comenzó a desarrollar pinturas de gran formato, inspiradas en los grandes maestros de la pintura española: filas de árboles, faunas desérticas, caballos desbocados, toros agresivos, para terminar con los pases magistrales de los toreros envueltos en sus capotes y monteras.

Pero un cordial, pío y profundo sentimiento de la naturaleza nos llega a través de los colores que la pintora pone, con pasmosa regularidad de mano, en el lienzo. Diríase que esas rayas, esos puntos, esas manchas de colores, que son la parte material de sus cuadros, están empapados de aquél suave amor, en aquella divina afectuosidad que emana de la pintora. Por su intensa percepción del colorido, llega Lurdesa a descubrir bellezas en las cosas de la más baja condición. Todas las cosas tienen sus momentos de gracia y hermosura y en ciertas ocasiones se transfiguran por la magia del color.

La pintora siente como un profunda resonancia en su espíritu; entonces se verifica la maravillosa fusión de la realidad externa, objetiva, con las vagas elaboraciones subjetivas de los instintos de la artista. En ese momento nace el arte de Lurdesa, cuando la emoción es de ida, cuando el ensueño se tira de las profundidades de la conciencia, y se piensa que todo ha sido obra de la ficción de un artista; y por modo de reacción se intenta desentrañar la personalidad del artista, definiendo su arte.